Una vez más nuestro pueblo huele a humo en agosto, un humo que trae muchos recuerdos, sobre todo a los más mayores que recuerdan cómo iban a amasar allí, recuerdan cuándo les tocaba el turno para encenderlo y controlar la temperatura para que todos pudiesen tener su pan y sus pastas para pasar el resto de semana.
Esta vez, durante dos semanas se mantuvo el horno encendido para que todo el que quisiese pudiese hacer sus panes, postres o su comida salada.
Tradiciones que vuelven y que aprenden también los más pequeños del pueblo.
